TODOS LOS LODOS, EL LODO
30 de Enero del 2017
Por Hugo Neira
(Publicado en el Portal EL MONTONERO)
De los huaicos y, el peor, del desprestigio moral
Si el hombre es su circunstancia, al menos tengo mínimamente dos. El
lugar en donde por el momento viva —hoy en Santiago de Chile, mañana quién
sabe—, pero la otra circunstancia será siempre la peruana, aunque esté ausente.
El intitulado, un plagio a Cortázar, «todos los fuegos, el fuego».
En Chile los incendios no han acabado, el cielo de esta ciudad —que
suele ser transparente, de un azul intenso como en Arequipa—, ahora es gris por
las cenizas, y 9,000 bomberos resultan insuficientes para apagar los 121 focos.
Y ya ha llegado la ayuda internacional, con un grupo de bomberos peruanos. Pero
lo que quiero contarles es la inesperada y voluntaria movilización de la gente.
Este fin de semana, millares de chilenos dejaron sus casas para tomar las
carreteras y en una fila interminable de autos, camiones y camionetas, se
dirigieron a la región del Maule. Al punto que las autoridades están intentando
contener esa corriente solidaria, por la simple razón que se cruza con el
trabajo desesperado de los piquetes de «brigadistas». Han llevado abundante
comida, mantas, herramientas, medicamentos, de todo. El fuego acaba con todo y
falta todo en los lugares del siniestro. Los voluntarios llevan sus tiendas de
campaña y pernoctan en los sitios siniestrados. Ciudades del tamaño de Chosica,
muchas, han desaparecido.
En Lima también arden todos los fuegos. O mejor, todos los lodos. Además
de la desgracia natural de los desbordes, ese otro lodo, el peor, el
desprestigio moral. El huaico de la información sobre coimas, en cada kiosco
que el peruano de a pie mira y no compra, pero igual se entera. Un listado que
cada día se ensancha como un castigo del cielo no solo a políticos y
funcionarios, sino también a periodistas. Odebrecht y sus regalitos. No me voy
a enconar en ese tema. Crecí en Lince, la calle enseñaba ciertos valores que no
provenían de la cucufatería con olor a sacristía, sino del mundo plebeyo y
criollo: «no se pega al que está por los suelos».
Leo los diarios limeños, y entre ellos, una nota de Daniel Parodi, en Expreso, sobre «la historia
de la corrupción». A ti te escribo. Porque eres historiador. Haces bien en
recordar que, por desgracia, la corrupción no es solo un ilícito de
particulares, sino una costumbre, una forma de hacerse rico y un estilo de vida
por lo general suntuario. En efecto, al erario público lo han asaltado
repetidas veces, después de la Independencia. Es un gran tema, Daniel, y no
para disminuir la responsabilidad de los actuales. Me recuerdas las
indagaciones de Macera, Bonilla, Flores Galindo, Javier Tantaleán. Tu conoces
esa historiografía. Tuvimos periodos faustos —el guano, el salitre— luego la
guerra, y después, el caucho, el algodón y el azúcar. Y después, los metales en
alza desde Odría. Y ahora, las minas y el canon. ¿Y después? No dice Jürgen
Schuldt Lange, ¿Somos pobres porque somos ricos?Tantaleán sostiene que con el auge del
guano, el aparato del Estado creció 51 veces desde 1822 a 1873. La excreta,
como dice la gente educada, «de las aves guaneras permitió el desarrollo de la
caña de azúcar, el algodón, los bancos, la urbanización, la trata de esclavos,
los ferrocarriles» (Tantaleán, 2010). Pero Balta era los ferrocarriles
—andaba por medio Meiggs— y no pudo o no quiso comprar el par de fragatas
inglesas que acaso hubiesen impedido la Guerra del Pacífico.
El gran tema no es la prosperidad «sino el uso pingue de la renta fiscal
cuyo valor perecedero fue olvidado para emplearlo en el derroche más
atolondrado». ¿Quién dice eso? Seguro que un izquierdista. Lo dice Jorge
Basadre, en el Sultanismo, corrupción y... (p. 76). Y Flores Galindo,
citando a Shane Hunt: adónde se fueron los ingresos del guano, «a expandir la
burocracia civil y la burocracia militar». Un siglo entero, el XIX.
Nuestra historia republicana es una crisis perpetua. La modernidad que
por nuestras (malas) costumbres no llega del todo a implantarse. El capitalismo
no marcha de la mano de esa suerte de cosmovisión limeña, la vida es una
juerga. Y el amor fati de la peruanidad —la idea optimista del destino— es
tener como meta no una profesión ni una pasión artística o intelectual o
científica, ni ser rico, sino multimillonario «si la sabes hacer», si tienes un
pata o asociado en el gobierno. No me hablen por favor de Estado, no lo hay.
Por lo demás, la clase dominante se niega a admitir la pluralidad entre tipos
distintos de ricos. Entonces, las neoburguesías entran, ya no por la puerta
sino por la escalera de servicio o por la azotea. Los candidatos a
lumpenburgueses son más numerosos que los puestos honestos (y mal pagados) de trabajo.
Así es la vaina. El mercado imperfecto.
Nuestra
tarea, Daniel, es el cuestionamiento incesante. Alguna vez intenté estudiar a
la clase dominante siguiendo apellidos y grandes fortunas. Es impresionante.
¡Aparecen y se derrumban! Pocas son las casonas que sobreviven. Por lo general,
las más modestas, las más prudentes. Un solo defecto, se deja abierto el camino
a los improvisados. Y por lo general, Aladino puede resultar más codicioso que
los 40 ladrones.
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