Pantallazo
No.53
¡Si
pues…aprendí a vivir solo!
Por:
Marcial Guillermo Pérez Herrera
A
lo lejos, desde cerca, me parece escucharlos, todos los días tocando mis oídos,
las oscuras ventanas o de repente los abiertos zaguanes, y, si, son pajarillos despertándome
sin concesiones, llevando tal vez, en sus trinares, mensajes ocultos de alguno de los espíritus, que me circundan, sea en las noches tibias de primavera o en
las frías temporadas de invierno limeño.
No
dejan de llamarme la atención, a cada momento, decenas de habitantes
terrenales, caminando apresurados, casi sin destino, sin descanso, tal vez al
laborioso y necesario empleo del pan nuestro de cada día, a encontrarse, tal
vez, con algo o alguien que les de sustento y esperanza, o, de repente con nada
material, si, tremendamente etéreo e inconstante, pero allí están.
La
noche ha sido, una mezcla perturbada de serenidad y particular movimiento de un
cuerpo, que suele estar yacente, a veces inmóvil, claro está, no frio, pero
encadenado invisible, a un desafío de imaginaciones sin explicación, carentes de
fealdades, pero tampoco , inmersos, en algo agradable, quizás refrescando los
circuitos cerebrales del olvido momentáneo o de largas jornadas de aislamiento consciente ,momentáneo, al entrar en el sopor propio de interminables horas de éter y
anestesia, que me ha tocado percibir y aspirar en los últimos años, de mi arabesca
existencia, entre los ruidos declarados , pero no protestados, de aceros
filudos y cortes incesantes , en diversas partes del trajinado cuerpo, que me tocó
en suerte.
Sin
embargo, allí estoy, sin poder disimular, en las horas de inicio del mundano
trecho, ese aroma inolvidable, impostergable y casi esotérico del café caliente,
diría yo, que con una taza me inserto en territorios sofisticados y anhelantes,
con lo cual, supongo, dejo atrás las vicisitudes de tristes comprobaciones o de
efímeros momentos de placer postergados.
Como
habito, en un corazón tremebundo, del urbano quehacer limeño, lo que no faltan,
son ruidos, de todo tipo de motores y algarabías, de bocinas enloquecidas,
queriendo, con su ensordecedor ruido tirarse abajo el cielo y las estrellas,
que en esas mañanas no son, sino nubarrones despedidos y humedades perniciosas.
pero saben que el dicho afirma “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que
lo resista” , más en mi caso, cambia de contenido, cual absurdo majestuoso y
es “Mi cuerpo los resiste y dura cien caños”, paradoja, cruel e irónica, pero
sincera y real, a la vez, así se habita , en esta urbe difícil, casi salvaje,
con remansos y oasis complacientes y efímeros, de los cuales yo disfruto,
incluso, cuando al caminar , cual dejavu placentero, por calles añosas, añejas
y de olor dudoso, que en cada instante de permanencia, me parecen, las sendas
fragantes y fantásticas de jardines babilónicos, fastuosos, derramados en
fragancias y odaliscas celestiales, obviando las crudas realidades de sus
sufridos rostros y de sus fallidas hetairas conmovidas.
Si,
en verdad, solo estoy , al norte con mi pasado, al sur con mi futuro (siempre
complicado y meditante), al este con mis sueños y al oeste con mis
desesperanzas y decepciones de toda naturaleza y estructura, pero, allí estoy,
claro que sí, combinando los verdes de mi hermosa compañera, plantita bendecida
por la inocencia, de un niño que adoro y calmada en sus tierras fértiles, rodeado
de benditas pasiones y recuerdos majestuosos ,unos, luctuosos, difamantes y convergentes, otros, con mis egos comprimidos, creando, siempre creyendo
y apostando, a tiempos, de los mejores para todos, no puedo con mi “genio”, siempre, en medio de los
declives mortales, creo, en nuevas y mejores formas de vida, en mayores
amaneceres, para quienes nunca los tuvieron, en fundadas razones, para saber,
que siempre encontraremos soluciones a preguntas irresueltas, a dilemas
persistentes y negativas sin reparo, porque , si bien es cierto, nuestra
condición humana, sabe hacer bárbaras reyertas y despiadados combates, sin
sentido, también es capaz , de haber creado el arte, la música, los
sentimientos, las pasiones y placeres infinitos, aun en un segundo de éxtasis y
paroxismo, casi celestial y alegórico, porque en cada pizca, cada ápice de
respiro, sigue presente la esencia del reencuentro, la felicidad del olvido y
la sabia enseñanza del momento vivido.
Si
pues, aprendí a vivir solo, contigo en la distancia o en el olvido, con ella,
en el fragor de la contradicción concebida y en la paz y el sosiego de las
auroras de resplandor concebido, con los oxígenos, que me anuncian, un nuevo
respiro, con las albas que celebro consentido y arrobado, con los oscuros y
usualmente misteriosos velos del cambio de la época diaria de luces a sombras y
de su viceverso ritmo, con los sones, que reverbero, con las magias de la
inventiva que no tiene límites y que me permito conocer sin descanso y con fatiga,
cada segundo de fortaleza y energía, que
magistral ordenador del universo, me concede, hasta que sea necesario, justo y
advertido, con cada sonrisa, que disfruto, cual niño con ilusión henchida, de
quien logró lo que quería, con su esfuerzo, rebeldía y persistencia, con el ¡hola!,
de quien siquiera puede dar sus primeros pasos, con la siempre añoranza de
dulces pasitos, inocentes y hermosos, que aun en la distancia, comulgamos, a través
de nuestros corazones, como si existiera la clave del cariño y la ternura, más
allá de lo que voluntades equivocadas y sin sentido dispongan.
Y
allí estoy, con una soledad, que tiene nombre y apellido, que se convierte en
mi fecunda y eficaz compañera, y, que me enseña, que en su lecho, en su caminar
y en su compañía, hay mucho más, que distonía, desesperación o sutileza.
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