Pantallazo No. 47: Los Rehenes del Silencio

Pantallazo No. 47
Los Rehenes del Silencio
Por: Marcial Guillermo Pérez Herrera
La ciudad grande, sus andantes avenidas y calles, plenas de todo, menos de limpieza, deambulantes sin sentido, enormes humaredas, disimuladas en las siempre densas y grises nubes de la gran capital, estertores, meditantes sin sentido, aromas y olores de sabor alegre y de otras texturas, que despejan dudas, cohesionan sentimientos o arredran al más pintado de los mundanos.

Postmoderna realidad, que puede tejer horizontes de éxito sin saberlo, negar al padre como ejemplo, recibir alabanzas por doquier cual efecto alucinante de mitomanía o megalomanía trepidante, negar lo que existe a pesar que nos ahoga, pedir lo imposible, para hacer del yo la razón de ser de la existencia, aunque mañana, se regrese a la crudeza del desencanto y la puerta cerrada de las ilusiones, en fin, más de lo que muchos niegan, cuando pueden ser cada uno de los 10 millones de una superpoblada metrópoli, un tema aparte, una tesis sin sentido o una enorme ruma de visiones.

Sentada en el húmedo pavimento la mujer de ojos cansados, suplicando y suplicando, la moneda que sacie su hambre, su enfermedad o su imaginaria maternidad frustrada, más allá las sirenas ululantes, de los señores enfundados, en un título de poder, que muchas veces, no lo han obtenido, por los méritos de la cundera democracia o por el voto agotado del ciudadano confundido y desesperado, pero allí estando, a la vuelta de la esquina, en lujosos autos pagados con silencioso ardid, por los erarios públicos, por los arrancados tributos, que más son de los “de abajo”, que “los de arriba” (Siempre prestos a negociar y apostolar  al tagarote de turno).
Suenan los tambores de una guerra inexistente entre tirios y troyanos, entre afuerinos y dueños de casa, entre los que aman y los que odian, entre quienes sin saberlo, son los robots objeto, de las manipuladoras tiendas de comunicación, altiva, anónimas de propiedad , pero muy notorias y encandiladoras de las mentes frágiles, los deseos truncos o las imaginaciones rutilantes, que se sienten ingenuamente, dueñas de un mundo que no poseen, de una riqueza que nunca llega o de una pasajera euforia de fama estreñida, macilenta y sin futuro.

Somos , si somos, los que estamos, los que a manera de gladiadores modernos, empobrecidos de firmeza, decimos al César oculto, de la construcción global engañosa, aquí estamos, vamos a morir en tu nombre, vamos a ser el gonzalopradesco[1] verso “Corazones hay tan yertos, almas que hieden tanto, para verme con los muertos, yo no voy al camposanto”. Pero, en verdad, todo fluye, cual relativa y heraclitiana [2]controversia, el “se sufre pero se aprende”, “No se gana pero se goza” y el clásico de clásicos “A caballo regalado no se le mira el diente”, hacen de la cotidianeidad, un verdadero carnaval, de efluvios, emociones encontradas y laberintos no deseados.

Tal vez, este cuadro de resistencia, de encierro involuntario, ha conseguido un antídoto, la autarquía personal, el autismo decidido conscientemente, con audífonos, todos de color blanco, cual ejercito autómata, insertados en los pabellones de orejas. encubiertas de desdén, de huida furtiva a los que nos rodea, o quizás, también, acompañando soledades, que nunca se dirán, por temor a equivocarse o por delatar las saludes de una mente que hace agua.

Cruzan calles tras calle, sincopados, regulares, riendo o gimoteando, sin causa aparente o sin provocación motivada, se hacen del sueño, en las apretadas “Celdacombis”o “Jaualasazules”, y, si pues, dejan de ser torturados un momento, vital, anhelante de sus vidas, ya no escuchan el feroz grito (HOY morigerado por los hábiles dadores de tvdroga) del “Al fondo hay sitio” “Pisa, pisa”, “El de rojo avance”, “Ya pues tío, no interrumpa la puerta...no me deja trabajar” y se aíslan, se liberan de las torturas de músicas trepidantes, sin aviso previo, de empellones de unos contra otros , desahogando, en cada toque las frustraciones, las presiones del sistema, las desaliñadas ofertas de un empleo sin  derechos, ni esperanzas; las angustias del seguir haciendo años y no encontrar, mas auroras, que la mentira consumada, la promesa encañonada o la crónica anunciada, del ser siempre lo que será, un segmento, de mortalidad, que le toco, el último peldaño de la escalera del desprecio, al valor, la humanidad y la oportunidad igualitaria.

Si pues, hermano, “causita” o “amiguito/a”, en este escenario de impropias manifestaciones vivimos, de violentas acechanzas, de desiguales desempeños. Somos actores de un mismo espectáculo, donde sus “managers” se hacen “Dueños del Olimpo”, en la medida que saben, que nunca los tocarán, porque somos eso, anónimos, desenfrenadamente, hechos al ego, antes que al “Acompañémonos”, directos en el pedir, zigzagueantes en el dar, felices, si nos dejan, punzantes porque nos agrada, como si fuera parte de un placer que alivie, nuestro aislamiento, del cual, pareciera, no vamos a poder salir, combinando mojigatería del presente, con arrebatos y bravuconadas del mañana.




[1] Poeta y Político Peruano Manuel González Prada
[2] Filósofo Presocrático Heráclito de Efeso

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