Derechas e izquierdas en el Perú

Alberto Adrianzén. Parlamentario Andino

Por Diario UNO el noviembre 9, 2014

El Perú no es parte del cambio regional latinoamericano: ni el que vive la derecha ni tampoco la izquierda. El Perú es la excepción.
José Natanson, en una editorial de Le Monde Diplomatic argentino, ha escrito que luego del proceso electoral en Brasil, de los posibles cambios en Argentina y Venezuela, hechos a los que se pueden añadir los comicios en Bolivia y Ecuador, lo que destaca es “la emergencia de una nueva derecha, que es democrática, pos-neoliberal e incluso está dispuesta a exhibir una nueva cara social…” en la región.
Esta derecha, además, habría disminuido sus afanes abiertamente golpistas y militaristas, más allá que practiquen lo que se ha llamado “el golpismo sin sujeto” o el “nuevo golpismo” como lo demostrarían la experiencia venezolana de 2002, haitiana y hondureña; asimismo, que los grupos más recalcitrantes de esta nueva derecha serían, según Natanson, una minoría. (“La nueva derecha”, Le Monde Diplomatic Nº 185, noviembre 2014).
Y si bien estas afirmaciones son polémicas, algo parecido se puede decir respecto a la izquierda regional; es decir, estamos frente al nacimiento de otra izquierda, distinta por cierto a lo que comúnmente hemos llamado la “vieja izquierda”.
Las experiencias de los actuales gobiernos progresistas en la región han demostrado que aquel intento divisionista e interesado, por cierto, de diferenciar una izquierda “carnívora” o “borbónica” y otra “herbívora” o “moderna” no es tan cierto.
Si se analizan las experiencias de estos gobiernos que surgieron tras el triunfo de Hugo Chávez en 1998 en Venezuela, se puede afirmar que la mayoría de ellos, más allá de sus obvias diferencias y de sus propios discursos, pueden ser calificados como “neodesarrollistas”. La excepción, acaso, podría ser Venezuela que está empeñada en construir un “socialismo del siglo XXI”.
Hoy esta plural izquierda progresista es también democrática -bastante alejada de las propuestas armadas-, pos-neoliberal, y de rostro no solo social sino también fuertemente igualitaria.
Todos estos procesos tienen que ver con algunos hechos fundamentales. 
* El primero es el fin de esta suerte de “guerra civil” que ha vivido la región desde los años cincuenta en el siglo pasado, es decir una “pacificación” que supone que tanto las derechas como las izquierdas abandonan el camino de la violencia armada o golpista.
* Segundo, la persistencia de una democracia electoral que ha permitido la emergencia de una nueva y consistente “voluntad popular” asociada a los procesos electorales, es decir, la democracia se ha ensanchado y democratizado.
* Tercero, una política inclusiva y fuertemente igualitaria por parte de los gobiernos progresistas. 
* Cuarto, el factor de legitimidad del orden democrático es el cambio y la inclusión. 
* Y quinto, una política exterior que se plantea mayores márgenes de autonomía.
Por lo tanto, estamos frente a una democracia conflictiva que trata de construir no solo nuevos consensos adentro y afuera sino también una nueva mayoría política.
Que hoy asistamos, posiblemente, al fin del último conflicto armado en la región, el colombiano, nuevamente al triunfo electoral de los gobiernos progresistas y a un complejo y contradictorio proceso de integración regional, son los grandes símbolos que bien pueden definir el ingreso a un nuevo ciclo político de esta nueva izquierda regional.
La pregunta, asumiendo este nuevo contexto, es si en nuestro país estamos viviendo procesos similares a lo que hoy se viven en la región. Dicho de otra manera ¿estamos frente al nacimiento de una nueva derecha y de nueva izquierda?
Me temo que no. La derecha, sus intelectuales y los grandes empresarios, salvo honrosas excepciones, antes que pos-neoliberales son más bien radicalmente neoliberales. Creen que el mercado se autorregula y que regula a la sociedad. Miran más al “mundo” que a la región.
Basta para ello hacer un seguimiento de la política económica y comercial en estas últimas décadas, o sus discursos anti-Estado, o leer algunas de las páginas web de sus voceros e intelectuales que afirman que la burocracia peruana es como la soviética y que el mercado laboral es “socialista”.
Es más, añoran y siguen coqueteando con el fujimorismo que es una fuerza antidemocrática. Y el rostro social solo aparece de vez en cuando en una que otra reunión empresarial. 
Finalmente, la derecha radical -o como la ha llamado Juan Carlos Tafur “bruta y achorada” (DBA)- no es una minoría en ese sector sino, más bien, una mayoría que ha optado por vivir al margen de las mayorías porque ha capturado el Estado y que cree que aquellos que votan por el progresismo son “electarados”.
Su símbolo y expresión cultural es el viejo conservadurismo, las playas privadas del sur y un comportamiento racista.
Hoy el Perú es la meca del neoliberalismo y uno de los países más conservadores de la región.
Y la izquierda o las izquierdas no se quedan atrás. 
Atrapadas por los viejos dogmas y desconectadas del curso de la vida solo apelan a mantener la vieja división corporativa que les garantiza cuotas mínimas de poder como en el pasado: unos son fuertes en el magisterio, otros en los trabajadores o en los movimientos sociales ambientales o en el mundo intelectual. Incluso, la llamada izquierda postextractivista no ha ganado cuotas importantes de poder en las regiones.
Y, por otro lado, están apartadas de los procesos que hoy se viven en la región. 
Dicho en otras palabras: no tienen vocación para construir una mayoría política en el país ni para ser parte de la corriente progresista en la región. Todo ello ha determinado que lo “viejo no pueda morir y que lo nuevo no pueda nacer”, más aún cuando lo “nuevo” viene cargado de pasado.
Estos procesos explican el por qué el Perú no es parte del cambio regional: ni el que vive la derecha ni tampoco la izquierda. El Perú es la excepción. Y es ese “excepcionalísimo peruano” lo que lo diferencia del resto de países.
Para ponerlo en términos geográficos: la radicalización de la derecha peruana se aproxima más al proceso de derechización y conservadurismo del partido Republicano en EE.UU., mientras que la izquierda se aleja más de los procesos de cambio que hoy se viven en la región o en España, con el nacimiento de Podemos.
Terminar con este “excepcionalísimo”, que no es de ahora, ampliar la democracia, participar de la corriente de cambio que hoy vive la región, alentar la integración, son, acaso, las principales tareas de las fuerzas progresistas del país.

    José Rouillon Delgado
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