El historiador y filósofo político se
convirtió en uno de los referentes del postmarxismo y sentó las bases teóricas
del populismo
Con los filósofos Louis Althusser y
Antonio Gramsci como las bases de su obra, Laclau se formó en Historia en la
Universidad de Buenos Aires (UBA) en la década del 60 y más tarde consiguió -de
la mano del historiador británico Eric Hobsbawn- una beca para un doctorado en
la Universidad de Oxford, donde se especializó en filosofía política.
En su obra, entre la que se destacan Hegemonía
y estrategia socialista (1985), que escribió junto a Chantal Mouffe, y La
razón populista (2005), Laclau cobró notoriedad al sentar las bases
teóricas del populismo. Algunas de las definiciones que él mismo elaboró sobre
su legado académico:
·
"La cuestión del populismo es la
siguiente: supongamos que hay un grupo de vecinos que presenta un pedido a la
municipalidad para que se cree una línea de ómnibus que los lleve al lugar
donde casi todos ellos trabajan. La demanda puede ser aceptada, y en ese caso
no hay problema, pero si es rechazada, esa gente empieza a sentirse excluida.
Esa serie de demandas insatisfechas se cristaliza alrededor de un símbolo
antisistema, de un discurso que trata de dirigirse a estos excluidos por fuera
de los canales de institucionalización. Cuando eso ocurre, hay populismo. Ese
populismo puede ser de izquierda o de derecha, no tiene un contenido ideológico
determinado. El populismo es más bien una forma de la política que un contenido
ideológico de la política. Ahora bien: una democracia que no aceptara ninguna
forma de populismo tendría que ser una democracia en la cual todas las demandas
fueran institucionalizadas de una manera absolutamente perfecta (lo que es un
fenómeno impensable). Si no, la democracia tiene que aceptar esta forma de
pluralización de demandas y esta distancia institucional entre demandas y
canales de acceso. Esta última es la democracia viable, y tiene que ser
siempre, en alguna medida, populista". En LA NACION, 2004.
·
"Lo que yo no creo que pueda
desaparecer nunca es el principio de la división social, que siempre va a
existir y generar antagonismo. Uno puede plantear eso en términos de la
distinción entre derecha e izquierda, pero en el futuro podría llegar a
plantearse en términos distintos. Lo que no creo es que estemos avanzando hacia
sociedades en las cuales haya un pensamiento único. (.) Una sociedad en la cual
no hubiera adversarios funcionaría como una fórmula matemática, pero uno no
tiene libertad dentro de una estructura matemática. La libertad supone que haya
distintas posibilidades, y esas posibilidades suelen generar antagonismos. Por
eso, la democracia requiere la oposición entre adversarios. Esa confrontación
tiene que estar sometida a reglas, pero tiene que existir. Es como jugar al
ajedrez: hay un sistema de reglas y hay dos adversarios, pero no se puede jugar
si hay un solo jugador, o si hay dos, pero uno de ellos patea el tablero".
En LA NACION, 2004.
·
"Cuando las masas populares que
habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de
liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático,
como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la
democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración". En LA NACION, 2005.
·
"En todo proceso de
representación siempre va a existir un doble movimiento. Por un lado, el de los
representados hacia los representantes. Y, por el otro, el del representante al
representado. En este proceso la identidad del último es complementada y
reconstruida a través de la representación. Tomemos el caso extremo de masas
marginales en donde no está claro un interés de sector. Allí la función del
representante político es dotar de un lenguaje y una capacidad de movilización
a esos sectores. No es cierto que la función del representante en una
democracia tenga que ser pasiva. El movimiento de Chávez en Venezuela es
profundamente democrático. Allí el discurso del poder es el mismo discurso que
comienza a movilizar a esas masas. No sólo actúa movilizándolas. Ese discurso
también ayuda a su formulación y deliberación. De otra manera tendríamos la
situación anterior: masas completamente vacías y un poder que se reproduce sin
ninguna solución de continuidad". En Página/12, 2007.
·
"Tomando algunos conceptos del
psicoanálisis, podemos afirmar que el lazo social es un lazo de amor por el
líder. Pero al mismo tiempo ese líder tiene que representar algo que compartan
todos los otros miembros de la comunidad. Ningún movimiento sólido puede
sostenerse sólo en el amor por el líder". En Página/12, 2007.
·
"Yo creo en el antagonismo
administrado. Si hay instituciones dentro de las cuales el antagonismo
distingue a la izquierda de la derecha y si ambas participan de un mismo juego
institucional, entonces tenemos una sociedad más sana". En LA NACION, 2013.
·
"En temas más globales el
desafío fundamental para América latina en los próximos años es cómo conectar
dos ideas que en principio son difíciles de combinar: el principio de la
autonomía y el principio de la hegemonía. No hay expansión de un sistema
democrático sin un sistema de proliferación de cadenas que amplían las
demandas. Eso es lo que implica la autonomía. Pero, al mismo tiempo, si esas
formas autónomas de la voluntad de las masas no son unificadas en torno de
ciertos significantes centrales, no habrá acción a largo plazo. Una de las
cosas que me preocupa de los movimientos libertarios en Europa es que ellos
enfatizan casi exclusivamente el momento de la autonomía. Pero sin voluntad de
construir un Estado alternativo, las voluntades tenderán a diluirse. Y del otro
lado, insistir exclusivamente en el momento de la hegemonía negando el momento de
la autonomía es pecar de un hiperpoliticismo que niega a los movimientos
sociales en su autonomía. Ese es el dilema: cómo unificar la dimensión
horizontal y la dimensión vertical". En Página/12, 2013.
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