MICROCUENTOS 1
Urías
Crisanto
¡Lleva, lleva…!, ¡Hey señorita, hey amigo avancen pe…!, ¡Lleva,
lleva!...ulular vociferante del cobrador de la “combi”, en una ciudad, la Lima,
por lo general, quejumbrosa, anónima, masiva, sorpresiva, una incógnita de
todos los días. Y sigue el viento, ¿Cual viento?, masculla para sus adentros
Urías… norteño de pura cepa, sentado, apretado en el vehículo, al lado de una
robusta muchacha, que suda incesante, sin piedad. Crisanto, se apellida y se
vino a la gran capital, sediento de progreso, ganoso por hacer un billetito,
pues en su lejana Catacaos, la suerte para su vida, estaba echada, se había
quedado, sin dinero, sin mujer, sin amigos y maltratado en cada esquina, de tan
solariega villa piurana. ¡Oye Urías…! , le decían, ¿No te pesa la frente?... y
las risotadas de todos los tonos, invadían el ambiente y le hacían un cadalso
en lo más profundo de su alma, se hacía permanente, lacerante, casi eterno y
luego, vinieron las copas, el descuido del negocio de bisutería, que compartían
con Laurita, la susodicha.
La combi, camino a su nuevo trabajo, en la metrópoli, en el distrito
más grande, en una casi provincia de todas las sangres, San Juan de Lurigancho seguía
como un disparo, con orificio de entrada, y, sin orificio de salida,
tremebunda. Urías, recordaba, apesadumbrado, aquellos días de dolor oculto,
disfrazado en sus risas nerviosas, en sus copiosos brindis de cerveza fría
y solitaria, en las noches de insomnio,
sin el cuerpo amado, acompañándolo, compartiendo los sueños de futuro, que él
había diseñado.¡ Guaa !… le decía a Laurita, ¡pues ya es hora de tener unos
chamaquitos no! y la siempre huidiza respuesta, atosigada de melindres, disculpando,
¡Todavia no Uri! ¡Hay que esperar que el negocio crezca, que nos asentemos
pues, si no como! Y siempre el, afable y asequible a las respuestas de siempre.
¿Qué hice?. No lo sé... se
decía a sus adentros, mientras, la nave terráquea, en la cual, flotaba, de
pensamiento y obra, seguía su curso, poco le importaba, que tuviera encima,
gentes, que a cada freno del vehículo, se le venían encima, cual olas de resaca
costeña y bravía hechura, el estaba en lo suyo, tratando de descifrar en esa
hora y media, de viaje, rutinario, de esos días, de diario trajinar, las
respuestas a sus tormentos.
De repente, en lo más apretado de sus pensamientos, Urías siente un
golpe seco, y un coro desesperado de voces gritando, muchos lanzados hacia
adelante, otros salpicando de terror, y, muchos más, con el líquido caliente de
rojo carmesí, por sus rostros. ¡La combi se había volteado al querer ganarle la
partida a otra colega de ruta vesánica!
Urías, a duras penas, comenzó, a salir del semi escombro en que
estaba, tocó sus piernas, se deslizo, por el pasadizo, terrible, de corpóreos
espantos, y en lo más recóndito de sus ser, se decía ¡Que feo estuvo esto!…pero
estoy bien. Parece que estoy vivo…que no me he roto nada! , procurando salir
por lo estrecho, del camino trazado, mucho people fuera, observando, casi con
frenesí anómico, con secreta complacencia, a lo lejos, llegando y sonando las
sirenas de los “serenazgos” “polis” y “bomberos”, algo, cual rutina de todos
los días en una ciudad irascible, violenta, poco dispuesta a ceder, en favor de
los demás, cemento puro, harta frivolidad, poco espíritu, mucha individualidad
sin tregua, poca solidaridad militante.
¡Si ya salgo...decía nervioso Urías! A los salvadores,. Quedaron atrás
las motivaciones, las angustias, que venía compartiendo consigo mismo en el
largo camino, desde su cuartito, en el cono norte, al trabajo en la provincia
disfrazada, en la cual laboraba. ¡Sí! se seguía repitiendo, ahora, y ahora, ¡Estoy vivo!...no
me he muerto!, mientras una aguerrida mano, lo sacaba hacia afuera. Para
ponerlo en una camilla y atenderlo de por medio.
Hecho el trámite, el ritual, totalmente acordonado, sujetado en la
misma, inmovilizado, antes de subirlo a la vetusta ambulancia, su acompañante,
su salvador, le dice ¡Oye tu pero si el Urías che…! ¡Pero donde te vengo a
encontrar paisano!..era él…el vecino de la tierra lejana, el corifeo de interminables chanzas, a su vilipendiada
desgracia de haber sido engañado , poco menos que pecado original. En medio de
su ya declarado dolor, lejos de alegrarse, Urías sintió un frio sepulcral, que
le recorría sus huesos, su carne apretada, ¿Por qué a mí Dios mío?... ¿Por qué
me castigas así?..¡Mejor me hubieras llevado!… ¡Allí segurito, habría ya
descansado!, mientras que” Chicho” su coterráneo, su conciencia viviente, iba
comentando entre risas, con el piloto de la caja blanca que lo llevaba a la
sucursal de la desgracia, ¡Fíjate tú que fatal este… viniéndose hasta Lima, corriéndose de los “cachos” y terminar
con la frente hinchada!
El día seguía caminando, en ese trecho de la alocada urbe, el destino
seguía celebrando su fortuita y alegórica paradoja, la suerte estaba echada, el
juego salía en rojo, se había perdido en el cuadrilátero de las muecas, en el
“site” de los crepúsculos vitales. Mientras una turbulenta “tecnocumbia” se iba
escuchando a lo lejos ¡tanto nada para ahogarse en la orilla!
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