MICROCUENTOS 1
Por: Guillermo Pérez Herrera
Urías Crisanto


¡Lleva, lleva…!, ¡Hey señorita, hey amigo avancen pe…!, ¡Lleva, lleva!...ulular vociferante del cobrador de la “combi”, en una ciudad, la Lima, por lo general, quejumbrosa, anónima, masiva, sorpresiva, una incógnita de todos los días. Y sigue el viento, ¿Cual viento?, masculla para sus adentros Urías… norteño de pura cepa, sentado, apretado en el vehículo, al lado de una robusta muchacha, que suda incesante, sin piedad. Crisanto, se apellida y se vino a la gran capital, sediento de progreso, ganoso por hacer un billetito, pues en su lejana Catacaos, la suerte para su vida, estaba echada, se había quedado, sin dinero, sin mujer, sin amigos y maltratado en cada esquina, de tan solariega villa piurana. ¡Oye Urías…! , le decían, ¿No te pesa la frente?... y las risotadas de todos los tonos, invadían el ambiente y le hacían un cadalso en lo más profundo de su alma, se hacía permanente, lacerante, casi eterno y luego, vinieron las copas, el descuido del negocio de bisutería, que compartían con Laurita, la susodicha.
La combi, camino a su nuevo trabajo, en la metrópoli, en el distrito más grande, en una casi provincia de todas las sangres, San Juan de Lurigancho seguía como un disparo, con orificio de entrada, y, sin orificio de salida, tremebunda. Urías, recordaba, apesadumbrado, aquellos días de dolor oculto, disfrazado en sus risas nerviosas, en sus copiosos brindis de cerveza fría y  solitaria, en las noches de insomnio, sin el cuerpo amado, acompañándolo, compartiendo los sueños de futuro, que él había diseñado.¡ Guaa !… le decía a Laurita, ¡pues ya es hora de tener unos chamaquitos no! y la siempre huidiza respuesta, atosigada de melindres, disculpando, ¡Todavia no Uri! ¡Hay que esperar que el negocio crezca, que nos asentemos pues, si no como! Y siempre el, afable y asequible a las respuestas de siempre.
¿Qué hice?. No  lo sé... se decía a sus adentros, mientras, la nave terráquea, en la cual, flotaba, de pensamiento y obra, seguía su curso, poco le importaba, que tuviera encima, gentes, que a cada freno del vehículo, se le venían encima, cual olas de resaca costeña y bravía hechura, el estaba en lo suyo, tratando de descifrar en esa hora y media, de viaje, rutinario, de esos días, de diario trajinar, las respuestas a sus tormentos.
De repente, en lo más apretado de sus pensamientos, Urías siente un golpe seco, y un coro desesperado de voces gritando, muchos lanzados hacia adelante, otros salpicando de terror, y, muchos más, con el líquido caliente de rojo carmesí, por sus rostros. ¡La combi se había volteado al querer ganarle la partida a otra colega de ruta vesánica!
Urías, a duras penas, comenzó, a salir del semi escombro en que estaba, tocó sus piernas, se deslizo, por el pasadizo, terrible, de corpóreos espantos, y en lo más recóndito de sus ser, se decía ¡Que feo estuvo esto!…pero estoy bien. Parece que estoy vivo…que no me he roto nada! , procurando salir por lo estrecho, del camino trazado, mucho people fuera, observando, casi con frenesí anómico, con secreta complacencia, a lo lejos, llegando y sonando las sirenas de los “serenazgos” “polis” y “bomberos”, algo, cual rutina de todos los días en una ciudad irascible, violenta, poco dispuesta a ceder, en favor de los demás, cemento puro, harta frivolidad, poco espíritu, mucha individualidad sin tregua, poca solidaridad militante.
¡Si ya salgo...decía nervioso Urías! A los salvadores,. Quedaron atrás las motivaciones, las angustias, que venía compartiendo consigo mismo en el largo camino, desde su cuartito, en el cono norte, al trabajo en la provincia disfrazada, en la cual laboraba. ¡Sí! se seguía  repitiendo, ahora, y ahora, ¡Estoy vivo!...no me he muerto!, mientras una aguerrida mano, lo sacaba hacia afuera. Para ponerlo en una camilla y atenderlo de por medio.
Hecho el trámite, el ritual, totalmente acordonado, sujetado en la misma, inmovilizado, antes de subirlo a la vetusta ambulancia, su acompañante, su salvador, le dice ¡Oye tu pero si el Urías che…! ¡Pero donde te vengo a encontrar paisano!..era él…el vecino de la tierra lejana, el corifeo de  interminables chanzas, a su vilipendiada desgracia de haber sido engañado , poco menos que pecado original. En medio de su ya declarado dolor, lejos de alegrarse, Urías sintió un frio sepulcral, que le recorría sus huesos, su carne apretada, ¿Por qué a mí Dios mío?... ¿Por qué me castigas así?..¡Mejor me hubieras llevado!… ¡Allí segurito, habría ya descansado!, mientras que” Chicho” su coterráneo, su conciencia viviente, iba comentando entre risas, con el piloto de la caja blanca que lo llevaba a la sucursal de la desgracia, ¡Fíjate tú que fatal este… viniéndose hasta  Lima, corriéndose de los “cachos” y terminar con la frente hinchada!

El día seguía caminando, en ese trecho de la alocada urbe, el destino seguía celebrando su fortuita y alegórica paradoja, la suerte estaba echada, el juego salía en rojo, se había perdido en el cuadrilátero de las muecas, en el “site” de los crepúsculos vitales. Mientras una turbulenta “tecnocumbia” se iba escuchando a lo lejos ¡tanto nada para ahogarse en la orilla!


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