PARA QUE NO SE REPITA : DESCOLONIZAR NUESTRA VISIÓN DEL MUNDO



Para que no se repita
Descolonizar nuestra visión del mundo
Por :Verónika Mendoza
Hace 6 años atrás la Comisión de la Verdad y Reconciliación entregaba su Informe final, un 28 de agosto. La indiferencia, el desdén y los irracionales ataques con que fue recibido en aquel entonces han usurpado hasta hoy el espacio que debió dedicarse al trabajo de memoria. Poco o nada se ha hecho para reparar a las víctimas y juzgar a los victimarios, ni se han promovido las condiciones para la reconciliació n nacional. Está claro que el Estado y las fuerzas políticas han evadido su responsabilidad, pero, ¿cuánto hemos hecho desde la sociedad para evitar que la historia se repita?
El conflicto armado interno acabó pero la brecha sociocultural que permitió su abominable desencadenamiento no ha sanado. Porque el racismo y la discriminació n fueron inmanentes a las prácticas de violencia de los diferentes actores. Recordemos tan sólo un dato: 75% de los muertos y desaparecidos tenían el quechua u otras lenguas nativas como lengua materna. Pero el conflicto armado interno tuvo actores y espectadores, y en el drama de la violencia todos son responsables, no hay telón ni intermedios ni palmas finales, el espectador no es sólo testigo silencioso, se hace cómplice. La indiferencia y la pasividad son parte del drama, así lo concluye la CVR : “el Perú rural, andino y selvático, quechua y ashaninka, campesino, pobre y con escasa instrucción formal se desangró durante años sin que el resto de la nación se percatara de la verdadera dimensión de la tragedia de ese “pueblo ajeno dentro del Perú”.
La reconciliación pasa por una dimensión política, económica y social que concierne los lazos entre el Estado y la sociedad, pero se trata también y sobre todo de crear mejores condiciones para el diálogo entre culturas diversas y grupos sociales alejados los unos de los otros. Conocernos, reconocernos y valorarnos pero no desde una perspectiva paternalista ni miserabilista sino verdaderamente intercultural. Eso significa romper patrones socioculturales jerarquizados y discriminatorios profundamente arraigados y permanentemente reforzados por el discurso oficial, mediático y hasta académico. Incluso en las organizaciones políticas o sociales que dicen promover la interculturalidad encontramos la idea de que el hombre urbano debe ir a enseñarle a su “hermano menor” del campo lo que necesita, lo que debería saber, incluso lo que sabe y hasta lo que es. Esta actitud paternalista, ingenua a veces, es valorizada como positiva en nuestra sociedad, sin embargo, traduce también cierta visión de la evolución social y cultural de la humanidad, el progreso, que implica una determinada idea del bienestar social y económico cuya medida es la capacidad de consumo
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En esta visión absolutista del progreso la transposición se hace de manera unidireccional del campo a la ciudad, de la tradición a la modernidad, del trueque al supermegamarket, como si se tratara de una evolución natural ineluctable.
Nos hemos convencido de que las culturas occidentales han alcanzado un nivel de evolución superior, con lo cual estarían acreditadas para civilizarnos, “modernizarnos” decimos hoy, a través de proyectos de desarrollo e inversión privada, y permitirnos participar del mercado global. Con esta visión, los expertos, promotores y otros agentes del “desarrollo” imponen la mayoría de las veces sus puntos de vista, sus estrategias, sus soluciones; desconociendo y desacreditando los conocimientos y estrategias propias de las culturas andinas, amazónicas y populares. Es lo que Aníbal Quijano ha llamado la colonización del saber que se afirma en el mito de que el único conocimiento válido es aquel que encontramos en los libros, se transmite a través de la escritura y viene del Norte.
Esta visión colonizadora de la evolución de la humanidad ha sido manifiesta en el último conflicto amazónico. Desde las esferas oficiales se pretendió que la Selva era un territorio eriazo e inhabitado, se quiso invisibilizar a la población nativa; cuando se hizo visible se les dijo a los nativos que no eran ciudadanos de primera clase; luego se descalificó su conocimiento y opinión -los pobres no habían entendido lo beneficiosos que eran los DL para ellos-; se les negó un raciocinio propio -habían sido manipulados por extranjeros- y finalmente se invalidó su propia visión del mundo y del devenir del mundo –eran enemigos del desarrollo. Desde nuestras ciudades, preocupados en acelerar nuestro “desarrollo”, nos quedábamos callados ante la enajenación de nuestro patrimonio cultural y natural... Hasta que retumbaron los balazos de la Curva del diablo y nos acordamos de que éramos también peruanos, amazónicos, humanos. Demasiado tarde. Si los hubiéramos escuchado antes...
Para que no se repita, el primer paso es empezar a descolonizar las representaciones globales, cuestionar nuestros prejuicios, creencias, hábitos de consumo, nuestra identidad histórica, nuestra conciencia ciudadana. Y quizás veamos que no hay línea evolutiva única, que no hay un único modelo de desarrollo; que hay otras culturas, lenguas, creencias, ideas; que otras visiones del mundo son posibles.




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