PISANDO FUERTE No. 38 : CON PERDÓN DE MI INGENUIDAD

PISANDO FUERTE No. 38: CON PERDÓN DE MI INGENUIDAD
Por : Marcial Guillermo Pérez Herrera
¡Hola muchachotes y muchachotas del espacio
virtual ¡, por aquí nuevamente, bastante rezagado de escritura y líneas, dado los golpes sufridos en el período que pasó. Pepe luchó hasta el final, pero nos abandonó, partió de este terrenal horizonte, hacia otros espacios, donde seguramente se reencontrará con sus sueños, remembranzas y nuevas oportunidades de volver a vivir. Jesús el franco y siempre engreído hispano, venido a estas tierras de incas y apus, asentado de pies, manos y corazón, en las entrañas de un Perú que siempre aguarda y transmite esperanzas a los que se ven forzados a dejar el terruño, por las diversas vicisitudes o presiones de una sinrazón, también dejó este terrenal escenario, esbozando hasta el final, su clásico emprendimiento, entusiasmo, indómita voluntad y siempre enjundiosa sonrisa. Buen amigo, conversador, inacabable, querendón y protector, elegante y refinado, como enérgico, al cuestionar lo que le parecía intolerable desde la moral y la razón. Espero en medio de la tristeza que me invadió, esté en buen lugar donde el aire marino, que adoraba y veneraba, la naturaleza y la inmortalidad del buen vino, lo acompañen.
En medio de esto, aligerado por algunos alientos, solidaridades espirituales, aunque decepcionado de muchas cosas más, decidí realizar esta autoayuda, entre imaginativa, soñadora y pertinentemente proclive a buscar su real esencia y verdadera posibilidad.
Es así, como me veía celebrando, que los Gobiernos, asignaban lo mejor de sus recursos, para el arte, la música, la pintura, desechando armas, gastos inútiles, tonteras esbozadas de los llamados planes de desarrollo, que no desarrollan nada y enriquecen más lo que más tienen. Nada de despotismo ilustrado, todo lo contrario, rienda suelta a la creatividad, a la sonrisa del niño encontrando una nueva nota, una nueva figura identificando un bello y sincopado sonido, del joven, del adulto haciendo de sus horas de ocio, aumentado en buen orden, horas de encuentro, para construir nuevas y mejores formas de vida en común, acicateando el inmenso placer de una sinfonía, de apreciar un buena obra artística o deleitarse, al sólo contacto con la naturaleza iluminada en haces de colores inacabables y ecos virtuosos de placer acústico, prolongando obras y milagros humanos, tan ciertos como la ancianidad disfrutada en calor de familia, holgada, juiciosa y a la vez matizada con risas, silencios, sólo para el sueño y la esperanza de sentirse muchos más en el gran teatro de la consideración, cariño y bienaventuranza.
Era impresionante, se acababan los armamentismos, esos terribles demonios de psicopatía y paranoia colectiva, hechos para lamer de la sangre de los inocentes y violentar de eterna cobardía y sufrimiento a los seres humanos. Todo lo invertido en esas pecaminosas aventuras, destinado a permitir más alimento sano, vital y respetuoso del aire, la tierra y el ambiente, haciendo vitales los rostros de los recién llegados al mundo, ansiosos de seguir recorriéndolo, sabiendo, que a cada paso encontrarían posibilidades de crecer con seguridad, amor y futuro. Sin exclusiones, de ruidosa y ruin procedencia. Con todos los colores en los rostros, como símbolos inequívocos que no siendo un paraíso, estar vivos, es el mejor y más lindo de los caminos, de los cuales podemos disfrutar, casi con goloso frenesí y despreocupación. ¿Religiones?, bienvenidas todas, las que quieran, para acompañar a los mortales, ayudarlos en su esencia y pensamiento, no para embrutecerlos, dividirlos, enajenarlos y hasta convertirlos en seres sin norte, sin justeza, enmarañados en profecías de terror y crueldad insospechados.

No aspiraba a una Utopía, casi poética y etérea aunque siempre linda y hermosa como bella mujer en su fragancia y naturalidad, pero, si era impresionante saber, que los entendimientos eran tan amplios y sosegados, que permitían aprender a comprender la importancia de valores como la solidaridad, la igualdad, la tolerancia, la justicia, la dignidad y la transparencia. Ellos, ingresando como simientes interminables en planes, programas, proyectos, democracias formales, informales y todo atuendo de tecnicismos, para que finalmente los grandes conglomerados de discusión, cumbres, jornadas, acuerdos múltiples y cada monserga inventada para ignorar la realidad, fueran reemplazados por más distribución equitativa, simpleza y efectividad en la palabra, hechos en común , para servir a los demás, sinceridad en las decisiones, afán de compartir, antes que denostar del repartir, acumular para ahorrar en el bien común y en las oportunidad para todos, dejando atrás las espantosas formas de oprimir por el poder del dinero o la rudeza del despilfarro inmisericorde.
Casi me pareció ver, que las distancias entre cada uno de nosotros y entre nosotros, se habían acortado al máximo, haciendo de la tecnología de la información y la virtualidad los campos de verdadero encuentro, por paz, fraternidad, ayuda mutua y eficaz vigilancia de nuestra dudas y errores. Presteza para enrumbar la equivocación, sin destrozar al equivocado, ponderación para saber aquilatar lo logrado, sin emborracharse de soberbia temporal, desquiciante y casi suicida; educación sin fronteras para hacer más viable las relaciones ínter sociales y personales, aportar al conocimiento sin segundas intenciones, innovando, creando, imaginando, construyendo, articulando, ensamblando, deduciendo e induciendo, para hacer más probables y cercanos nuestros sueños y vivencias, tendiendo puentes intergeneracionales , para producir síntesis de pensamiento de naturaleza evolutiva y superior en cada uno de sus pasos, en función a lo universal, como tan importante y valiosa es la naturaleza humana.
Si pues, perdonen mi ingenuidad, pues acá les estoy mostrando un diminuto capítulo, una microscópica partícula, de ella, pero, aunque seguramente, me haga más tenso y ansioso tenerla, no quisiera renunciar a su influjo y caricia, por nada de lo que las actuales circunstancias me imponen hasta querer castigarme. Nada me hará cambiarla, aunque en ello quede empeñada mi existencia pasajera y levitante como el viento del cada día.
¡Hasta la próxima!, ojalá que sea pronto

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