PANTALLAZO 4 : LA MIA MAMÁ

PANTALLAZO 4: LA MIA MAMÁ
P. Marcial Guillermo Pérez Herrera
Mamá se emociona. Me enseña un periódico, donde un joven arquero, de conocido Club de fútbol, al cual, conocemos desde muy pequeño, pues era vecino nuestro, le contesta a un periodista, que la primera casaquilla que tuvo, no fue ni de encumbrado dirigente, o institución deportiva, la recibió de manos de su madre y su padre, al igual, que su primer juego de nintendo, y, su ansiada bicicleta. ¡Que lindo gesto! me dice ella, y sus ojos, cual mensajero del tiempo, se humedecen y recuerdan. De cómo, mi abuelo, a pesar de su aparente dureza, siempre fue su cómplice, en los paseos, junto a Domitila, su querida esposa, escogiendo juntos, la tela del vestido esperado, del uniforme para el colegio, hasta, incluso, coqueto aliado, de aquella despedida, donde amigos, amigas, compañeros de trabajo le desearon en un convite alegre, colectivo y cariñoso, el mejor de los caminos y suerte en el matrimonio que iba a contraer con Guillermo (mi papá). Era la hermanita mayor, la única niñita, su prenda y su joya protegida.
Herminia (mi mamá), sigue, secando disimuladamente sus lindos ojos, ¡como no acordarme, cuando mi abuelita, con su ancho rebozo, nos cubría a mi y a los hermanitos que tenía!, ¡entre rosquillas, mimos y sonrisas!, cuando un buen día conocí a mi hermana mayor, que nunca había podido ver, ¡como no recordar la más bella infancia, jamás vivida!, poca de recursos materiales, inmensa y dispendiosa de sentimientos, humanidad y corazón a mano abierta.
Los bulevares de rosas y margaritas, que construyen el amor, son interminables, inefables, incambiables e inolvidables. Nutren el impulso de vida, alivian y cicatrizan las heridas, alejan las desesperanzas, se convierten en la hoja de paz, que anuncia la nueva fertilidad, la nueva época, acompaña inclusive, el último halito de existencia, señalando, que seguramente, ya no somos materia, sino espíritu aliviado de tristezas, coronado de bellas y lindas caricias y semblanzas de risa y alegría inacabada.
Adios ingratitud, cuando la fuerza del cariño, puede encontrar, muchas madres como la mía, en su remanso agradable de ternura, en medio de ríos furiosos de tormento y feroz destino.
L. 29.04.09

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