MAYORÍA DE CIUDADANOS SUIZOS NO QUIEREN UNIRSE A LA UNION EUROPEA

¿Por qué la mayoría de los ciudadanos suizos no quiere unirse a la Unión Europea? por Nicolas G. Hayek*
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En una intervención ante los embajadores de los Estados miembros de la Unión Europea, Nicolas Hayek, presidente del grupo Swatch, resaltó la falta de democracia de la UE (Unión Europea) y su falta de atractivo económico, en comparación con la Confederación Helvética. Reproducimos el texto íntegro de ese refrescante punto de vista, quizás un poco idílico, que reduce el «modelo europeo» es decir el de la Unión Europea a sus justas proporciones.
Nicolas G. Hayek
Excelencias, Señoras y señores, Señor embajador,
Cuando el embajador Boris Lazar me pidió que hiciera uso de la palabra para explicarles a ustedes «por qué la mayoría de los ciudadanos suizos no quiere unirse a la Unión Europea», decidí responder positivamente a su invitación con el objetivo de ayudar a una mejor comprensión entre la Unión Europea y el ciudadano suizo medio y de espíritu constructivo, al que hoy trataré de representar. Les ruego que no interpreten mi exposición como la presentación de un informe científico, sino más bien como un desarrollo de los puntos de vista y de las posiciones de un suizo que forma parte de la mayoría que acabo de mencionar.
En el momento de su creación, en 1957, y durante muchos años, consideré lo que hoy es la Unión Europea como una grandiosa y magnífica realización. Era yo relativamente joven en aquel entonces. Mucho más tarde, Jacques Delors,
quien era entonces presidente de la Comisión Europea y un apasionado europeo, me invitaría regularmente a su buró de Bruselas. Allí conversé primeramente con él solo, y posteriormente, con muchos otros europeos, en aquel entonces principalmente industriales y empresarios alemanes y franceses. La conversación abordaba las vías para combatir la competencia japonesa –llamada por entonces «Japan Incorporated», o sea, algo así como Japón SA– sin recurrir a las ayudas de los gobiernos o de la Unión Europea, como hacía la industria relojera suiza, que enfrentaba entonces una encarnizada competencia japonesa. Jacques Delors se refería siempre a mis intervenciones como «La historia del reloj».
En aquellos encuentros, repitió él varias veces que yo, el suizo, era a su modo de ver el más típico y más auténtico de los europeos, por mis conocimientos lingüísticos y por mi profunda comprensión cultural hacia los diferentes empresarios europeos que participaban en aquellos encuentros. El más memorable de dichos encuentros se desarrolló en Evian con los más grandes industriales franceses y alemanes. Fue para mí un suceso inolvidable.
____________________________________________________Mi sueño: convertir Europa en un gran Suiza
En aquella época soñábamos –en todo caso, soñaba yo– con ver a Europa convertirse en una gran Suiza. No tanto porque yo creyese que Suiza era el paraíso terrenal, sino porque estaba convencido de que [ese país] representaba –a pesar de numerosas debilidades– la mejor de todas las alternativas posibles para lograr que se abrieran para Europa radiantes perspectivas de futuro, protegiendo a la vez la considerable riqueza de su diversidad y de sus culturas. De hecho, Jean Monnet y Robert Schumann habían declarado al principio: «Suiza representa un modelo para Europa.» Joschka Fischer, Jacques Chirac, Goran Persson, y también Vaclav Havel no han dejado además de repetirlo durante los últimos años. Es una sorprendente casualidad que hoy se cumpla precisamente el 30 aniversario de la muerte del gran europeo que fue Monnet.
Mis contactos con Bruselas se mantuvieron posteriormente, por ejemplo, con Romano Prodi, a quien yo conocía personalmente y quien varias veces solicitó mi opinión en comisiones. La armonización y perfeccionamiento de los sectores económicos y –en parte– financieros no me han decepcionado hasta ahora, aunque la perfección está lejos aún. Las guerras que enfrentaron, y que en parte devastaron, a estas tres grandes naciones europeas, Alemania, Francia y Gran Bretaña, y que sacudieron al resto del mundo, son definitivamente cosa del pasado y es ése el mayor éxito, y el más importante, de la Comunidad Europea.
La UE de hoy: una pesada maquinaria, burocrática y caótica
Desgraciadamente, el proceso de construcción se detuvo de pronto. La UE ya no está construyendo una comunidad fuerte, democrática y pacífica en la que, en todos los sectores importantes de nuestra vida y de nuestra sociedad, cada ciudadano –o por lo menos la mayoría de ellos– compromete su efectividad y acepta dar de sí mismo. En aquella época, la cantidad de Estados era limitada, y aquellas pocas naciones habrían podido edificar un Estado federal parecido a Suiza o a Estados Unidos. Esa evolución se detuvo, porque las interrogantes y problemas que encerraba no eran de fácil solución, ya que implicaban a países y personalidades políticas que no estaban dispuestos a renunciar a una parte importante de su soberanía y, menos aún, de sus privilegios.
En vez abordar con profundidad los importantes problemas que formaban parte de la evolución de la Unión y las estructuras que había que conformar, se decidió limitarse a la parte superficial de las cosas, incorporando sin embargo el máximo de países… y eso sin consultar con los pueblos que habían creado la Unión para saber si estaban de acuerdo o no. Es evidente que el establishment político se preocupaba, ante todo, por incorporar decenas de millones de personas y gran cantidad de países a una Europa que –con excepción de algunos aspectos políticos– estaba todavía por definir.
La motivación de esos países residía ante todo en las ventajas económicas y financieras que esperaban obtener. Ese tipo de ampliación hubiese podido ser más que bienvenida de haberse instaurado con anterioridad las estructuras de una Europa más o menos federal. Fue en ese momento que se desvanecieron mis esperanzas de ver en un futuro próximo una Europa fuerte, poderosa, democrática y pacífica, una Europa que contribuyera a mejorar la calidad de vida del mundo entero, de nosotros todos.
Vimos entonces a la Unión Europea como una pesada máquina, como una barahúnda burocrática y más o menos caótica de conceptos ideológicos, sociales, económicos y, por un lado, financieros, mientras que todo lo demás se dejaba al azar, en manos de la providencia y de las futuras generaciones. Ciertos es que eso no excluye la posibilidad de que la UE –como la mayor parte de las realizaciones humanas fuera de lo común– resulte ser, en el siglo XXII o en el XXIII, un fantástico éxito, pero yo espero que eso suceda mucho antes, antes del fin de este siglo.
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