ETICA, VALORES Y CONVIVENCIA SOCIAL








Por:
María Patricia Ochoa Valbuena
Eduardo Manuel Santos

Esta sociedad que entra hoy al siglo XXI atraviesa por una de las mayores crisis de la historia. La causa de dicha crisis no radica precisamente en el cambio de milenio aunque eso pueda tener algunas implicaciones. El asunto no es tan circunstancial, es mucho más de fondo.
Dicha situación se evidencia en algunos indicadores que hablan por si solos: el colapso de las grandes economías, la situación de América Latina, o la desgarradora violencia sufrida por los pueblos asiáticos y latinoamericanos. En el campo político existen conflictos en todas las latitudes incluida la nación más poderosa del planeta. Un número sin precedentes de credos y sectas religiosas hacen creer que no hay nada claro en asuntos de fe; la misma ciencia y la tecnología no prevén nada seguro; la corrupción está al orden del día; en fin, la tan anunciada cultura global no termina por constituirse y todos los aspectos de la vida humana caen bajo el denominador común de una general incertidumbre.
Pero muy seguramente lo más catastrófico de este diagnóstico desolador no sea la devaluación de la moneda o el desplome de la bolsa, sino la preocupante crisis de valores humanos, crisis de identidad del hombre contemporáneo: un hombre que se está acostumbrando a vivir sin saber lo que quiere y peor aún, a vivir sin querer lo que hace; un hombre acrítico, poco autónomo, presa fácil del consumismo y expuesto al vaivén de las modas e ideologías de turno. Un hombre preocupado más por colmar sus expectativas materiales, por la conquista del "poder" y del "tener" que por el auténtico desarrollo y plenitud de su "ser" … en fin, un hombre en vías de la más escalofriante deshumanización.
En medio de este árido panorama, irrumpe como lluvia fresca el arduo deseo de un mundo mejor, con él, hombres y mujeres de todas las condiciones sociales y económicas, en especial los jóvenes y las instituciones que tienen la misión de educarlos como son la familia y la escuela, encuentran un faro de luz en medio de la noche, en la ética y los valores, los únicos que pueden imprimirle un sentido a nuestra vida. La vida sin sentido, la sociedad sin sentido, la economía sin sentido, la cultura sin sentido nos llevan al abismo.
Así pues la crisis del hombre y la sociedad contemporánea son fundamentalmente una crisis de sentido. He ahí la principal inversión en la escala de valores y una de las grandes causas de la crisis de nuestra sociedad.
¿Qué hacer para cambiarla? Volver a una escala de valores en que la prioridad sea la persona humana en búsqueda de sus fines fundamentales: felicidad, libertad, justicia, equidad, igualdad, responsabilidad, solidaridad, transcendencia, paz, en fin una vida individual y colectiva llena de sentido.
Dado que los valores no se enseñan sino que se viven, tanto la familia como la escuela tienen un inmenso compromiso en la formación ética de las nuevas generaciones ya que son los primeros espacios del individuo.
No se trata de dar cátedra de ética de manera teórica, contenidos abstractos, sin pertinencia. Se trata de formar integralmente a las personas en habilidades básicas de convivencia para que asuman responsablemente su vida y la de los demás partiendo de las fortalezas y debilidades que le ofrece su propia naturaleza humana y las circunstancias sociales que les ha tocado vivir.
En efecto, el hombre es el único ser que puede elegir y crear, en parte, su propia forma de vida. Solo a él le es dado optar, por lo que le parece mejor, es decir más convincente para sí y para los demás. Pero esa elección será al menos más cercana a la corrección si está guiada por buenos valores, que atiendan no solo a sus necesidades individuales sino a las de la comunidad en la que está inserto.
La obediencia ciega a las normas no es una garantía de tener una conducta acorde con los valores. Es más, por lo general es producto del temor no a la norma, que por lo general es sana, sino a quien da la orden. Hemos visto en más de oportunidad como quienes deberían ser los guardianes de las normas son los primeros en subvertirlas en su propio beneficio o, peor aún, en contra de sus conciudadanos.
Claro está que el ejercicio de la libertad y por tanto la afirmación del ser humano se ve limitada cuando las circunstancias impiden tomar decisiones de verdad, es el caso cuando obedecemos órdenes, seguimos costumbres o satisfacemos caprichos. Aplicar un reglamento, por ejemplo, se convierte más en una orden que toca cumplir que una opción real que se asume y con la cual se compromete. Es obvio que un reglamento, una norma, una costumbre pretenden algo que conviene a la comunidad pero cuando la imposición de las normas se anteponen a la opción libre se está violentando no solo la libertad sino que se está privilegiando un tipo de pedagogía autocrática, de poder, en vez de favorecer la autonomía de las personas, hacia lo cual debe tender la educación. Es por eso que ésta se torna imprescindible si en verdad queremos alcanzar una sociedad más justa y solidaria, y para ello se requiere del concurso de la familia y la escuela como pilares básicos de la formación de la persona.
Las órdenes, las costumbres, los caprichos chocan de frente contra la libertad en cuanto no hay opción de elegir entre hacerlo o no hacerlo… Cumplir una norma, un reglamento, es más asunto de "deber" que de ética, por cuanto ésta es definida, (según Savater), como el arte de Hacer lo que se quiere (lo que se elige) y de querer lo que se hace.
Quien actúa por órdenes y costumbres es motivado desde fuera a recibir premios o castigos. El asunto es plantearse las cosas y la vida desde si mismo, desde el fuero interno de su voluntad. En tal sentido nadie por muy pedagogo que sea osará decidir que es lo que harás con tu vida. Ese es tu problema! En otras palabras se trata de "ser" o "no ser". De ser tú mismo, o de ser lo que los demás quieren que seas, es decir, de "no ser".
El imperativo ético consiste en asumir la vida, ser dueño de sí mismo, no ser corto de espíritu, como puede serlo el que cree que no quiere nada (no opta por nada) porque cree que todo le da igual, el que cree que lo quiere todo; el que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo; el que sabe que quiere y sabe lo que quiere, pero lo que quiere es insignificante o improcedente.
Dado que al ser humano le es imposible realizarse en proyectos solitarios, al estilo de Robinson Crusoe, es preciso tener en cuenta al prójimo, pues el hombre solo se encuentra a sí mismo en la medida en que se encuentra con los demás, reconociendo que la libertad de uno termina donde comienza la del otro, respetando las individualidades y procurando los consensos. Como nadie puede imponer la libertad a otro, tampoco le podrá imponer la justicia; es decir, ser justo, es reconocer lo que el otro espera de ti y en cierto modo comprenderlo, amarlo un poco, ponerse en su lugar. He aquí el fundamento de una ética de las relaciones humanas y el supuesto de una sana convivencia social.
Dentro de cualquier forma de convivencia, incluso la familiar y la escolar se suele desconocer dicho principio ya que con frecuencia quienes ostentan mayor poder asumen posiciones dogmáticas e inflexibles que generan disposiciones (normas, leyes, reglamentos) haciendo recaer sobre su literal aplicación el éxito de la convivencia. Es la supuesta lógica tradicional de que "la letra con sangre entra" y de que "las leyes se cumplen o la milicia se acaba". Por fortuna las cosas se han clarificado y entrando al siglo XXI entre una pedagogía del "terror" y una pedagogía del "amor", esta última no solo es la más conveniente sino más efectiva, ética y por tanto más humana.
Finalmente resulta lógico inferir que el conjunto de las actitudes individuales y colectivas conforman una ética política que se desconfigura cuando se da más importancia a las doctrinas, estatutos o normas que enfrentan a unos hombres contra otros, en vez de conciliarlos.
Sabemos que esto no es sencillo de lograr, dado que implica una sensibilización de la persona hacia las necesidades del Otro, siendo ese otro nuestra persona más cercana y, a la vez, la sociedad toda. Y esa sensibilización implica en primer lugar entendimiento y, por añadidura, solidaridad. Es ahí donde comienzan las dificultades, dado que un pueblo que se entiende no se deja confundir, y un pueblo solidario no se deja avasallar, sea cual sea el poder que intente lo uno o lo otro. Es por eso que la enseñanza y el fomento de los valores humanos es tan temida y, a la vez, tan necesaria si en verdad nos interesa llegar a formar una sociedad y no un agrupamiento de unicidades ciegas, sordas y mudas ante las necesidades del prójimo.

Comentarios