PARA SOLUCIONAR LOS CONFLICTOS




PARA SOLUCIONAR LOS CONFLICTOS
Por:
SALVADOR AUBERNI SERRA



"Todos somos inteligentes, podemos entender y respetar, somos capaces de amar y de gozar de la compañía del otro".



No debemos confundir conflicto con violencia, a nuestro entender, tanto los niños como los adultos tendemos a confundir o a asociar ambos conceptos, debido, posiblemente, a la profusión de su uso en los medios de comunicación: guerra, adversarios, enemigos, atentados, terrorismo... Si se habla del “conflicto vasco”, evidentemente viene unido a “violencia”, y lo mismo sucede si se habla del “conflicto palestino - israelí”, de Irak, de Afganistán...

Ante los conflictos podemos dar respuestas impulsivas, viscerales y violentas, pero también podemos aprender y ensayar otras respuestas posibles más razonables, pensadas y no violentas. Si aprendemos a ser violentos también podemos aprender a no serlo. La educación puede ayudar a los niños y niñas, adolescentes y jóvenes a dar otro tipo de respuestas más acordes con la buena convivencia. Puede ayudar a tratar los conflictos de una manera constructiva, aprendiendo de ellos, y ante la aparición de nuevos y distintos conflictos, afrontarlos con realismo y objetividad, evitando la ofuscación, los impulsos y las respuestas violentas y reactivas.

Pongamos atención, hablamos de resolver los conflictos y a aprender de ellos, de ninguna manera podemos aspirar a eliminarlos, ya que ello es imposible, forman parte de la vida. Los conflictos van unidos a la persona. Nosotros mismos, como cualquier mortal, y como adultos responsables de la educación de nuestra infancia, vivimos conflictos con los tres niveles de convivencia, la íntima, la política y la convivencia con nosotros mismos . En consecuencia como seres experimentados en conflictos debemos ser humildes y prudentes en nuestro rol de educadores. Como comenta el filósofo José A. Marina, en su reciente obra: “unos adultos desconcertados tienen que enseñar a vivir a unos niños, y tal vez ahí radique el problema”. Este autor en la introducción de uno de sus últimos libros, nos dice: “Las piedras coexisten, las personas convivimos”, para añadir más adelante: “Por eso hay que aprender a convivir, es decir, a aumentar las alegrías y disminuir las asperezas de la convivencia. La calidad de nuestra vida va a depender del sistema de relaciones que consigamos establecer, y trenzarlo bellamente es el arte supremo”

Convivencia y conflicto son dos conceptos íntimamente relacionados. Las relaciones entre personas y grupos generan multitud de conflictos que son necesarios gestionar adecuadamente ya sea por canales informales o formales. La “Gestión alternativa de conflictos” GAC, con sus métodos de conciliación, negociación o mediación, marca la línea divisoria entre la regulación de la convivencia por los mismos sujetos o protagonistas y la regulación externa por parte de la autoridad. Como hemos dicho, ignorar el conflicto es generalmente fuente de injusticia social.

Defendemos la idea de que los conflictos han de ser resueltos, en la medida de lo posible por los propios protagonistas. Ello conlleva todo un proceso complejo que precisa, por parte de los protagonistas en conflicto, varias premisas:

a) Voluntad de solucionar el conflicto. Es la premisa principal, ya que si no hay voluntad de restablecer la armonía o cohesión, es imposible alcanzarla. Se necesita el deseo sincero de ambas partes en litigio, de llegar a acuerdos satisfactorios para ambos.

Recuerdo el caso de Luís, un muchacho adolescente, alumno del centro que entonces dirigía. La escuela estaba situada en un barrio periférico de Barcelona. Por aquel entonces los maestros sabían que si tenían algún conflicto en el aula que les superaba, para no entorpecer la marcha de la clase y al mismo tiempo evitar que el conflicto se generalizase me enviaban el o los alumnos en cuestión a mi despacho, no como castigo, sino para intentar a través del diálogo, y cambiando el escenario físico, llegar al acuerdo o a las posibles soluciones. Luís estaba muy alterado, gritaba, pataleaba y mostraba todo su enfado con todo su cuerpo y alma. Estábamos solos en el pasillo, él y yo. Con voz calmada pero firme, le invitaba a entrar a mi despacho y allí, tranquilamente, - por lo menos eso era lo que pretendía -, utilizando la fuerza de las palabras, tranquilizarlo y poder reconstruir la situación de equilibrio y de paz, anterior al conflicto. Después de muchos de mis intentos, él me contestó sin dejar de gritar: “...que no, señor director, que no quiero hablar contigo, porque si hablo contigo, voy a calmarme, y ¡no quiero calmarme!

No cabe duda, que Luís, en aquel momento no tenía intención, ni voluntad de solucionar nada, pero me llamó la atención su respuesta ya que daba a entender que conocía el valor de las palabras y el de ser escuchado para iniciar el camino de la solución a los conflictos.

b) Escuchar y atender las razones y opiniones de la parte contraria. No basta conocer lo que quiere u opina el otro, es necesario situarse en una actitud abierta para intentar comprender las opiniones y deseos de la parte contraria.

c) Ponerse en el lugar del otro, es decir, hacer el esfuerzo de salir de uno mismo y poder contemplar el conflicto desde la óptica del oponente.

Muchas veces, hemos oído a un adulto decirle a un niño: “...¿y tú cómo te sentirías si te hubieran hecho, a ti, esto? ¿Cómo crees que se siente él ahora? Evidentemente es una buena práctica para ayudar al niño a salir de su percepción y acercarse a la del otro.

d) Voluntad de buscar conjuntamente con el otro, soluciones satisfactorias para ambos. Si nuestra actitud inicial, ante cualquier conflicto, es la de salir ganador de la contienda, lo que hacemos es aplazar la resolución; es necesario aceptar la posibilidad de llegar a puntos de encuentro donde todas las partes salen ganadoras o beneficiadas.

Es muy conocido el ejemplo de la “lucha” por una naranja. Dos personas se disputan una naranja. Las dos la quieren, pero sólo hay una. Una de los dos tiene que renunciar a ella. Ceder en sus pretensiones, o sea perder. Uno gana, el otro pierde. ¿Es posible que los dos ganen? A través del diálogo y la expresión de las pretensiones de ambos, -¿para qué quieren la naranja?-, pueden caer en la cuenta que uno quiere la naranja para hacer un zumo y el otro quiere la piel de la naranja para rayarla y poder dar más sabor a una tarta. Así los dos salen ganando. ¿Cuántos conflictos no resolveríamos si actuásemos de ese modo? Expresando nuestras necesidades y superando las posiciones iniciales, podemos caer en la cuenta de que todos podemos salir ganadores. Ganar o perder es una reducción demasiado primaria. A través del diálogo sincero, abierto y consecuente, podemos superar lo que a veces se nos antoja como un callejón sin salida.

Sara Cobb directora del Instituto de Análisis y Resolución de Conflictos de la Universidad George Mason de EEUU apunta que la solución radica en escuchar y reflexionar sobre nosotros mismos más que con los demás. Comprendernos y aceptarnos a nosotros mismos representa un paso firme para comprender y aceptar a los demás. De ahí, a ser capaces de hallar puntos de encuentro, de acuerdos y de compromiso recíprocos, sólo hay un paso, uno sólo, quizás el más difícil, pero hay que darlo si no queremos empequeñecernos personal y socialmente. J. A. Marina, en clave educativa lo sintetiza: “En cuanto miembros de una sociedad nos interesa preparar a nuestros niños para que adquieran los hábitos cognitivos, afectivos y operativos necesarios para disfrutar de la felicidad que ha de ser compatible con la de los demás, compartible, estableciendo vínculos y complicidades con los demás miembros de la comunidad y cooperadora, que exige la colaboración de todos”]

Por todo ello podemos afirmar que la prevención y salida de los conflictos está en el esfuerzo colectivo en el desarrollo de las actitudes democráticas que en síntesis pueden venir representadas por la solidaridad, responsabilidad y respeto, en definitiva estamos hablando del desarrollo del sentido cívico o de civismo. Hoy día, constatamos debido al sistema materialista y consumista en el que estamos inmersos, que las personas somos más consumistas que ciudadanos, nuestra socialización se realiza principalmente por el consumo. Como indica Victoria Camps, queremos ser libres para disfrutar individualmente de la libertad y no para ponerla, ni que sea una pequeña parte al servicio de los demás.

El objetivo implícito de la resolución de conflictos no es otro que el restablecimiento de la armonía original y a partir de ahí, acceder a estadios superiores de convivencia y de progreso personal y social. Los sistemas de intervención en la resolución o gestión alternativa de conflictos (GAC), no se desarrollan nunca de una manera coactiva, represiva o dirigista; no imponen nada, lo único que pretenden es que las partes encuentren, ellas mismas, la manera más satisfactoria y definitiva de resolver los problemas, actuando sobre las causas y promoviendo los cambios necesarios. Ya que el conflicto es inevitable, la GAC implica comprenderlo en sentido positivo y superarlo con la búsqueda de salidas consensuadas que sean equitativas, eficaces y estables.

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