Una nueva receta para medir el bienestar
Publicado el 21 de enero, 2015
Por Lin Yang
Foto: Ann Wuyts
Imagínese
por un momento que usted es un panadero. Ahora, ¿qué pondría en la lista de
ingredientes esenciales para su mejor receta de pan diario? Es probable
que la harina figurase en el primer lugar de su lista. También incluiría un
líquido que actúe como elemento aglutinante. Y calor.
Por
el momento, detengámonos allí. Pero, usted podría decir, ¿y la levadura?
Efectivamente, para los franceses una baguette que no llevase levadura sería
impensable. Sin embargo, la levadura no es el único agente fermentador: los
irlandeses usan el bicarbonato sódico para su pan de soda y los indios no usan
ninguna levadura para los rotis o chapatis, los
panes sin levadura más comunes. Aun los elementos universalmente considerados
como esenciales -harina, líquido, calor- pueden combinarse usando diferentes
proporciones y métodos y con variaciones de ingredientes para producir un
producto final único; y dependiendo de nuestro lugar de origen y de nuestros
gustos individuales, cada uno de nosotros tendrá preferencias diversas en
cuanto a cuál opción le resulte más atractiva.
Lo
mismo sucede con el bienestar.
De hecho, cada uno de nosotros es un panadero con una receta personal para un
buen estándar de vida. Del mismo modo en que el concepto de «pan de todos los
días» es entendido de manera similar pero con sutiles diferencias por casi
todas las personas alrededor del mundo, así también lo es la noción de
bienestar.
Partiendo
del reconocimiento de que solo podemos comprender y gestionar lo que
conseguimos medir, durante los últimos 30 años ha habido un interés creciente
en desarrollar un parámetro, o parámetros, de medición del bienestar social que
permita influenciar las políticas y el debate público. De hecho, este interés
se ha visto reflejado en la aparición de una creciente «industria», nacida
siguiendo el ejemplo del pionero Índice de Desarrollo Humano (IDH) y de su
enfoque más integrador respecto del desarrollo humano en general. Así, un
aluvión de indicadores y parámetros de medición diversos han sido propuestos,
pero ninguno ha predominado por encima del Producto Interior Bruto (PIB) como
parámetro para medir el progreso. El IDH es, quizás, el parámetro que más se le
ha acercado, gracias a su éxito en la extracción de tres elementos clave en el
progreso humano que son aceptados de manera universal por la comunidad global –
el nivel de ingreso, la salud y la educación. La popularidad del IDH demuestra
lo importante que es encontrar puntos en común cuando se trata de lograr una
aceptación amplia.
Sin
embargo, y de manera fundamental, considero que un parámetro de
medición del bienestar debe también reconocer que gente diferente, de culturas
diferentes y con características diferentes, tiene posturas diversas en lo que
respecta a qué constituye un buen estándar de vida. El objetivo de aquellos
que formulan políticas debería ser asegurar que todos tengamos una cantidad
suficiente de los elementos esenciales para el bienestar, combinados del modo
en que nuestras recetas personales lo requieran, de manera tal de satisfacer
nuestras preferencias. El objetivo del estadístico debería ser medir cuán cerca
estamos de esa meta. Pero, ¿será alguna vez posible desarrollar un parámetro de
medición del bienestar humano que realice comparaciones interpersonales e
internacionales y que tenga en cuenta las diversas posturas existentes en
materia de desarrollo? En este punto puede que aquellos que se dedican a la
estadística pongan el grito en el cielo frente a la posibilidad de realizar
comparaciones con parámetros cuya composición pueda modificarse. Sin embargo,
no nos olvidemos de que, de hecho, la composición del PIB está lejos de ser
idéntica en todos los países. Solo es comparable la denominación final, el
valor del dólar.
El
año pasado tuve la suerte de hacerle una larga estancia como investigador con
el Profesor Marc Fleurbaey de la Universidad de Princeton. Durante
los últimos años, el Profesor Fleurbaey, conjuntamente con un pequeño grupo de
colegas franco-belgas, ha estado trabajando silenciosamente en un nuevo enfoque
para la medición del bienestar, uno centrado en las preferencias heterogéneas.
Lo llaman el «ingreso equivalente» y tiene sus orígenes en la teoría de la elección
social. La idea fundamental es trazar un mapa de las preferencias de la gente
en lo que respecta a diversas dimensiones de la vida, permitiendo al mismo
tiempo que la forma del mapa varíe de persona a persona. Por ejemplo,
consideremos el caso de una persona jubilada y de un joven. Aun cuando los dos
tuvieran el mismo bienestar total, cada uno de ellos podría estar dispuesto, en
grados diversos, a renunciar a la salud por un mejor ingreso (y viceversa), y a
su vez, también en grados diversos, a renunciar a la salud y a un mejor ingreso
por un mejor nivel educativo. El objetivo, entonces, es descubrir los
componentes básicos con los que cada uno de nosotros, de manera diferente,
genera bienestar y, a partir de allí, extraer de esos procesos una medida de resumen.
En la actualidad, aquellos que formulan políticas necesitan comprender el
proceso de la generación de bienestar para hacer recomendaciones, pero es esa
simple medida de resumen la que tiene la clave para destronar al PIB. Considero
que esto se aproxima al método de la «receta» para un parámetro de medición del
bienestar.
¿Y
si utilizásemos la felicidad o el “bienestar subjetivo”? El bienestar subjetivo
se está convirtiendo en un aspirante fuerte (y puede, de hecho, jugar un rol
esencial en el cómputo del ingreso equivalente); pero tiene ciertas carencias
que impiden que sea aceptado universalmente como una medida de resumen. Quizás
lo más importante es que es susceptible de enmascarar la «impasibilidad frente
a la condición física». Tal como lo señalara Amartya Sen: «Una persona que está
mal alimentada, desnutrida, sin techo y enferma puede presentar un índice de
felicidad o de satisfacción de sus deseos alto si ha aprendido a tener deseos
“realistas” y encuentra alegría en las pequeñas misericordias» (Sen, 1985,
p.21). Del mismo modo, alguien que se ha adaptado a tener grandes aspiraciones
y gustos caros puede estar insatisfecho con su vida, tal como en el ejemplo
brindado por la paradoja del «millonario triste» de Carol Graham. El problema
es que medir el bienestar subjetivo sería como contar las hogazas de pan
obtenidas como resultado final – un ejercicio pertinente pero que no especifica
los ingredientes de la receta o las diferencias que existen entre ellas. Una
hogaza simple (la felicidad de una persona mal alimentada) puede ser
contabilizada de la misma manera que una brioche llena de
manteca y chocolate (la felicidad de un millonario), aun cuando partiendo de
los ingredientes sabemos que son bastante diferentes.
Llevando
aún más lejos la analogía con la preparación del pan, comparemos nuestra
propuesta para medir el bienestar, el método de la «receta», con el principal
contendiente, el PIB. Medir el PIB sería como medir la cantidad de dinero con
la que contamos para comprar los ingredientes (u otras cosas), sin requerir que
lo que compramos sea bueno para hacer pan. Con el PIB, podríamos estar
comprando serrín como una estrategia de adulteración barata o productos de
limpieza para remover la harina derramada o el pan quemado.
El inventario y manual de medidas de resumen del bienestar que
yo elaboré durante mi pasantía en la Oficina encargada del Informe sobre el
Desarrollo Humano, brinda un detalle de 101 recetas diferentes destinadas a
medir el bienestar conjuntamente con una cantidad similar de ingredientes,
métodos y sabores. El callejón sin salida en la búsqueda de otro parámetro
preponderante para la medición del progreso da fe de que cada parámetro propuesto
se ocupa de un grupo de prioridades diferentes. Quizás ha llegado el momento de
que aceptemos las diferencias mediante la adopción de un parámetro de medición
del bienestar capaz de ser moldeado de manera que pueda abarcar nuestras
diversas, así como también coincidentes, concepciones del bienestar. Lo que
cuenta es entender dónde surgen las diferencias y luego, quizás,
tendremos la oportunidad de alcanzar visión pluralista en el significado
del progreso.
Referencias:
Sen, A. (1985), Commodities and
Capabilities, North-Holland, Amsterdam.
Para
una introducción al enfoque del ingreso equivalente consultar el capítulo 3
de Decancq, K. and Schokkaert, E. (2013), “Beyond GDP: Measuring social
progress in Europe”.
Para
un resumen general de los diferentes enfoques sobre los parámetros de medición
del bienestar y del ingreso equivalente en particular,
consultar: Fleurbaey, M. and Blanchet, D. (2013), Beyond GDP:
Measuring welfare and assessing sustainability, Oxford University Press,
Oxford.
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