Generación de Confianza : Consecuencia de un Comportamiento Etico

Generación de Confianza :Consecuencia de un comportamiento ético
Por : Guillermo Cuellar
Tener reputación, supone cierta confianza en que se actuará bien. Pero tener confianza en alguien es mucho más que reconocer su buena reputación.
La importancia de la confianza en los negocios y en la empresa es bien conocida. Las transacciones, económicas, siempre requieren cierta dosis de confianza. Sin ella, el mercado y las relaciones humanas difícilmente podrían funcionar. En algunos sectores, quebrar esa confianza podría significar incluso quedar excluido del negocio. Es lo que suele ocurrir en las transacciones telefónicas en los mercados de valores.
Se confía en alguien con quien se interactúa cuando se tiene suficiente certeza de que actuará buscando lo conveniente para uno. Se trata de una convicción más o menos fuerte de que ese alguien con quien tratamos actuará con buena intención, sin querer perjudicarnos, al tiempo que se considera que sus condiciones personales y su capacidad técnica son adecuadas para actuar de modo conveniente para quien recibe la acción.
La cuestión que surge es: ¿Cómo se genera esa convicción de que el otro quiere algo bueno para uno?. La experiencia común nos dice que esa convicción requiere un trato más o menos prolongado en el que se llega al convencimiento o certeza de que el otro no pretende aprovecharse de la persona a la que trata, sino que le otorga un trato equitativo y justo, o incluso servicial.
También puede generarse confianza por el testimonio favorable de un tercero que ya se conoce. En este último caso, si una persona en la cual confiamos, nos habla de otra asegurándonos que podemos confiar en ella, es muy posible que le otorguemos nuestra confianza, al menos inicialmente. Con el trato ratificaremos si seguimos o no confiando en esa persona que nos ha sido presentada.
No es posible generar confianza cuando se percibe que alguien sólo va orientado a lo suyo y que toma decisiones exclusivamente en función de sus intereses o deseos. Si uno se da cuenta de que no es más que un mero instrumento para los intereses del otro, es evidente que no podrá confiar en él. Una relación puramente utilitaria da lugar a actitudes defensivas, para evitar ser manipulado o explotado.
Esta observación tomada de la vida ordinaria pone de manifiesto que la confianza y la ética se encuentran. La confianza surge del convencimiento de que la persona con la que tratamos no quiere explotarnos ni usarnos como un simple instrumento o recurso, sino que se pone en nuestro lugar buscando algo justo y conveniente para nosotros.
Y esto, en realidad, no es más que la puesta en práctica de la “regla de oro”, que dice “haz con otros lo que te gustaría que hicieran contigo”.
Pero aún hay más. La confianza no se crea en un día, hace falta un trato más o menos prolongado en el que se va conociendo a las personas y sus modos habituales de actuar. Con ese trato se llaga al convencimiento de que alguien tiene unas determinadas disposiciones estables que le llevan a actuar bien (virtudes humanas) o, por el contrario, que lo habitual es que sólo busque aprovecharse de los demás.
Cabe repetir aquí la objeción de la simulación, ya señalada al referirnos a la buena reputación. Se puede fingir consideración y procurar convencer que se busca lo más conveniente para el otro pero si eso no es verdad, no se generará confianza, al menos por mucho tiempo. Más pronto o más tarde aparecerán situaciones en las cuales se pondrá de manifiesto la verdadera intención de tales actuaciones. Ocurrirá cuando la preocupación por el otro exija sacrificar intereses del primero, sin contrapartida. Por ello, hay que advertir que no cabe generar confianza cuando no hay una sincera preocupación por el otro, sino que la actuación responde sólo a una táctica con vistas a los resultados económicos.
Las actuaciones éticas continuadas son, pues, necesarios para generar confianza, aunque no son suficientes. Puede ocurrir que una actuación llena de buena voluntad sea mal interpretada o que no se valores suficientemente. Además, para confiar en la actuación de otro es también necesaria una valoración favorable de su competencia profesional para la acción en cuestión. Pero tampoco la competencia profesional y demás aptitudes técnicas son suficientes. De poco sirven estas capacidades si no hay garantías de que se van a utilizar para bien. Más aún, cuantas más capacidades y habilidades técnicas posea una persona, si le falta calidad humana, más daño podrá hacer y, por tanto, en determinadas circunstancias, menos confianza merecerá.
En suma, la calidad humana proporciona disposiciones estables para una actuación ética continuada que influye en la motivación para el trabajo, la madurez humana y la prudencia en la toma de decisiones, una cultura empresarial con calidad ética, así como la reputación y la confianza, generan estabilidad interna y una “rentable” imagen corporativa.

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